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Desde hace unos meses, JL y Marcela junto a sus dos hijos Thomy y Luzyo han decidido vivir durante un tiempo en Barcelona, por diversos motivos, entre ellos darle la Oportunidad a quienes Participan en Escuela desde ese país de Disfrutar Cenas, Momentos y Viajes de Enseñanza personalizados.

Esto generó enormes movimientos en la Vidas de ellos, así como también los generó en las Vidas de quienes, estando en Argentina, compartimos mucha Vida con ellos. Por eso, dos Compañeros y yo, decidimos Viajar a encontrarnos con el Cuadrado Mágico -así llamamos en la Escuela, cariñosamente, a JL, Marcela, Thomás y Luzyo-. 

Al poco tiempo de llegados a Barcelona, Thomás, el hijo mayor, cumpliría años. Lógicamente, en tan corto tiempo, todavía no sería posible hacer las tan mentadas fiestas de cumpleaños que realizaba aquí en Argentina. Entonces, súper generosos y tan cuidadosos y considerados con sus hijos, JL y Marcela decidieron que festejarían el cumple de Thomy en un parque de diversiones, en España. Como los “Viajantes” ya habíamos llegado también a Barcelona, fuimos invitados. 

La new age -espiritualidad que nunca trasciende el narcisismo- insiste en festejar, alimentar y sobrevalorar el concepto de “niño interior”. Hablan de “recuperar”, “conectar” y sobre todo de “sanar” al “niño interior”. 

En Iniciación, en cambio, consideramos que el niño interior es algo a Bloquear. Basta sólo Escuchar lo que se Dice en lo que se habla, para ver que, si el “niño interior” es algo a “sanar”, es porque está enfermo. 

De lo enfermo podemos aprender, por supuesto, pero tal como Enseñan los 11 Pasos de la Magia, para aprender de algo, es necesario asegurarse de haberlo Bloqueado primero. Y para Bloquearlo, lo primero que hay que asegurarse es no “sanarlo”, pues darle salud, vitalidad y fuerza a algo enfermo es asegurarle eficacia, durabilidad y continuidad. Nadie que se precie quiere que lo enfermo tenga continuidad en su vida. 

¿Por qué el “niño interior” sería algo “enfermo”? Pues porque trae todos los condicionamientos, identificaciones, límites, automatismos y problemas de la familia, el contexto, la cultura, la sociedad en la que ese niño nació. Y mientras sea niño, no podrá valerse por sí mismo, no tomará sus propias decisiones, no podrá llevar a cabo sus deseos, pues en la niñez la dependencia es absoluta. 

No importa la edad que se tenga, el niño estará siempre ahí y más aún si se adscribe a creencias que lo valoran. La Oportunidad de la Iniciación es, precisamente, cada vez que aparece ese niño interior… ¿se lo Bloquea o se le da rienda suelta?

Pues bien, estábamos en el parque de diversiones. No se me ocurre otra oportunidad más grande de regocijarse en el “niño interior”, entre tanta montaña rusa, vuelta al mundo y caramelos de algodón. 

Pero, ¿qué hace un niño en un parque de diversiones? Se sube a las atracciones que le gustan y rechaza aquellas que le producen alguna aversión. O también se sube a aquellas que los padres le permiten y no se sube a aquellas que, sea cual sea el motivo, los padres dicen “no”.

En los adultos, esos padres muchas veces ya no están físicamente, pero sí “están” en forma de vértigo, miedo a la velocidad, y otras aversiones. Claro que muchas de esas son atávicas, pero dependerá de lo que a ese “niño interior” se le inscribió lo que ese niño haga ante eso atávico.  

Pues bien, JL y yo compartimos algo en ese parque de diversiones: el vértigo. 

Para sorpresa de todos en ese parque hay una montaña rusa enorme, que se caracteriza por su exagerada altura en algunos tramos y la curiosa forma de los carritos -en los que el torso va totalmente suelto y sólo se “atan” las piernas, favoreciendo así la sensación de volar-, pero que para nosotros impactó más por su nombre: SHAMBALA. 

JL hace aproximadamente un año y medio desarrolla el tema de SHAMBALA desde Iniciación y fundamentalmente nos muestra cuánto el narcisismo se resiste a ese Tema, así como también nos muestra cuánto la historia y la humanidad le ha dado y le da la espalda al concepto. 

La Casualidad nos pareció más Enorme que la montaña rusa con ese nombre y nos alegró profundamente una vez más la evidente sincronicidad de la Enseñanza con lo que se Entrama en lo cotidiano -tal y como pueden leer en la sección “¿Pueden creerlo?”, donde demostramos en cada edición la cantidad de veces que surgen inesperadamente y en todo tipo de contextos de actualidad los temas de los que estamos hablando o de los que se habló recientemente en Escuela-.

Por supuesto: había que subir. Y como no nos gusta que el otro decida nuestra Realidad en contexto alguno, habíamos comprado unos pases especiales para evitar las horas y horas de cola, así que en cinco minutos estábamos por subir a los carros. 

Durante esos cinco minutos, JL y yo mirábamos con bastante descontento la exagerada altura que la montaña rusa tomaba en dos partes. Él ya estaba totalmente decidido a subirse e incluso empezaba a tener la Alegría que sólo se tiene al estar Atravesando un Borde -es decir, uno de esos límites condicionantes que arrastramos desde la infancia, o desde “el niño interior”-. Yo estaba decidida, pero tenía mucho miedo. Demasiado. Al punto tal de que ya me había puesto pálida y a punto de llorar. 

JL, con el humor, la paciencia y la amabilidad que lo caracterizan, empezó a contarme lo que él hace en los Viajes Iniciáticos a la montaña, donde el vértigo es casi constante, al mismo tiempo que cualquier distracción puede ser mortal. 

Me explicó sus secretos y qué herramientas de Iniciación (¡todas!) utiliza ante esas situaciones, Gracias a lo cual jamás se frena ante eso. 

Incluso, respondió ante mi ilusa pretensión de que un día el vértigo se vaya, mostrándome que ese vértigo es precisamente mi Oportunidad de Bloquear a esa “niña interior” a la que le trazaron ese límite. 

De más está decir que tanto JL como yo subimos más de una vez a la montaña rusa, pues Atravesar un Borde no significa sufrir durante los minutos que dura la atracción, con los ojos cerrados y al borde de un ataque de nervios, si no disfrutarla incluso abriendo los ojos, levantando los brazos y riéndose después de las fotos locas que retratan dichos momentos. 

 

Carolina Andrea Malatini