Tomó aire antes de empezar a hablar. Era obvio que se trataba de un tema muy personal.
—Cuando era pequeño, una vez enfermé. Exactamente en ese tiempo vino a visitarme una de mis tías, Rosa, que por aquel entonces estaba embarazada. Cuando al tiempo dio a luz, su hijo nació con una serie de deficiencias y enfermedades, y en la mente de ella siempre quedó la idea de que los males de su niño habían sido culpa mía.
»Cuando después mis padres se separaron, yo no tuve un hogar fijo. Al principio decidí residir con mi madre, porque sabía que ella era responsable y seria, aun si no me demostrara el nivel de amor que mi papá sí tenía hacia mí.
»Resultó que, finalmente, aquella tía mía Rosa me ofreció alojarme en su casa, situada en Pico 2012, Buenos Aires. Era el hogar que había construido mi abuelo, procedente de Italia. El mismo abuelo que en mi psiquismo luego representó Anthony Quinn cuando fuimos a entrevistarle para lograr su participación en la película de Enseñanza. Por suerte, después de una hora y media de vaivenes, en el último round antes de finalizar el combate apliqué lo que tenía que aplicar, y ahí sí entramamos que Quinn quisiera sumarse. Por casualidad, la grabación de ese encuentro nunca la hemos hallado, aun cuando hemos registrado todos lados. Sentí tal papelón en la primera parte de la reunión, que nunca quise volver a encontrar ese vídeo, parece ser. —Y estallamos a reír.
»Mi abuelo, Giuseppe, había erigido la casa con la intención de que allí se alojara toda la familia. De hecho, el plan era que pudieran seguir construyéndose pisos sobre pisos para albergar a todos los miembros del clan.
»Mi infancia fueron los interminables días, tardes y noches de lectura en Pico. Aún recuerdo el aroma del balcón que era mi sitio favorito para perderme entre los libros.
»Sin embargo, para «vivir» allí, había una regla: o eras mujer (lo que en la familia se entendía por ser mujer), o eras un hombre en falta. De hecho, todos los otros hombres de mi familia murieron jóvenes, o eran fracasados, o tenían que pedir dinero a otros… Por eso, resulta lógico que mi tía me hubiera ofrecido residir en ese sitio a mí, que en aquel entonces era hijo de padres separados, con todo lo que eso conlleva. Antiguamente, la situación no era como la actual. Era muy raro que los matrimonios se divorciasen. Hoy en día lo extraño es la pareja que no se separe… —Todos estallamos a reír—. Pero en aquellos tiempos, te consideraban un paria si tus padres se separaban.
»Por eso, más importante aún fue para mí cuando conseguí por primera vez vivir por mi cuenta en un piso grande, y no los estudios chiquititos donde pasé mis años de adolescencia y universidad. Por fin tenía ingresos muy respetables gracias a la Enseñanza, y con ese dinero alquilé una amplia vivienda en la calle Amenábar.
»Con gran alegría llamé a mi tía Rosa para hablarle de la noticia. La invité de inmediato a que me visitara para celebrarlo juntos. «No puedo, tengo al Beto aquí». El Beto era su hijo discapacitado. Siempre lo usaba de excusa. «Vente tú». Me enfadé mucho, y tuvimos una fuerte discusión. Mi tía podía dejarlo todo para ir en auxilio de la gente cuando había un problema, pero no se movía un centímetro cuando las noticias eran buenas y había oportunidad de festejar.
»Después de aquello, no hablamos durante años.
»Ocurrió mientras tanto que empecé a engordar. Siempre había tenido una figura muy atlética por mi entrenamiento de artes marciales con el japonés, a quien de verdad consideré un maestro. Te exigía traspasar todos los límites del ego.
»Después de concluir la universidad, no practiqué más karate porque tenía que realizar otras cosas, pero había mantenido mi constitución marcial. Sin embargo, cuando estaba consiguiendo un nivel de vida que antes me había parecido imposible, casualmente perdía las riendas de mi cuerpo, lo cual no me agradaba en modo alguno.
»Así pues, podrán darse cuenta de la relación significante entre que estuviera «ganando más pesos» y que mi cuerpo estuviera «subiendo de peso». De hecho, también adquiría más peso mi palabra. Si estaba consiguiendo nuevos resultados, era porque había decidido aplicar lo que durante años había estudiado.
»Por ejemplo, Gandhi lo llamaba Satyagraha, «fuerza de la verdad». Si yo le daba fuerza a hacer verdad lo que de Iniciación ya había aprendido, eso tenía que tener algún efecto. Y el universo me estaba correspondiendo.
»Sin embargo, había soltado las riendas en otro lado. Mi yo había decidido una realidad que yo no quería, y, por tanto, debía descubrir desde dónde provenía todo eso.
»Ahí fue cuando me di cuenta de que el síntoma que había armado en lo denso (la subida de peso corporal) tenía una relación muy estrecha con lo familiar de mi historia. En mi familia, todos los otros hombres habían sido bajos, gordos y calvos. La estatura corporal no se puede controlar, pero sobre mi peso y mi pelo sí puedo decidir. Por todos esos motivos, entenderán también por qué tengo tantos cuidados al decidir estructuralmente sobre mi cuerpo. Para mí es una vía de diferenciarme de mi familia.
»Resultó que uno de los pocos contactos que mantenía con mi tía era a través de que ella me enviaba unas empanadillas que cocinaba deliciosamente. Pueden ver cómo iba armándose a través de la comida, el peso, la gordura… otra cosa, que me ataba a mi familia. Y poner un límite a esos lazos no es una cuestión filosófica. Se trata de decidir la realidad que quieres, y si tu ego trata de atarte a lo familiar para que sigas igual de inexistente (y lo va a tratar todos y cada uno de los días), ante eso la Enseñanza tiene respuesta.
»Por toda esa situación, volví a acordarme del enfado que había sentido ante que mi tía no hubiera venido a visitarme. Me pregunté por qué me había dolido tanto. Y me di cuenta de que me había pasado todo el tiempo esperando que mi familia —de quien en ese momento mi tía era representante— me valorara. Esperando que dieran lugar, que dieran «peso», a lo que yo tenía para decir. Y esa relación de dependencia era la misma que entonces había densificado también en la subida de masa corporal que yo no quería.
»Darme cuenta de eso fue toda una revelación. Pero la Enseñanza no trata simplemente de vislumbrar lo ignorado. Tomé una decisión. Cogí el teléfono y, después de tanto tiempo, llamé a mi tía. Esta vez, yo tenía un plan.
»Hablé con ella y le propuse que celebrásemos una fiesta. Un encuentro enorme. Yo me encargaría de comprar las mejores bebidas, comida deliciosa, puros… Incluso me encargué de reacondicionarle la casa. Tras tantos años, el edificio había caído casi en la ruina, así que mandé renovar la luz, el agua, las paredes y más, para que todo quedase en perfecto estado.
»Todos los miembros de la familia que quisieran podrían venir. Pero lo esencial no era el festín, las reformas del edificio, ni si la gente venía o no. Yo iba a ir ahí a cumplir mi plan. Ante mi familia, que representaba todo eso de lo cual mi yo esperaba que le dieran un lugar (que según el mandato familiar era el de hombre en falta), yo iba a poner en juego a valorizar lo que lograba gracias a la Enseñanza. Hablaría de mis avances como psicoanalista, de mis nuevas oportunidades, de los sitios a los que lograba viajar aplicando la Iniciación…
»Donde antes yo esperaba que la valorización viniese de afuera, advendría yo mismo dando peso, lugar, valor al paradigma que me permite generarme a mí mismo, y a mi aplicación de tal paradigma. No importa la reacción de lo externo. Lo importante es la decisión de atravesar el límite que el otro ha decidido.
»Impregnar de esa decisión toda tu vida es un arranque bifásico, y el arranque bifásico es la llave con que inaugurar una nueva era en cada uno.
Pico 2012 hoy en día
Dijo Gandhi una vez: «Mi mensaje es mi vida». Sirva este relato —que nos narró José Luis en uno de las actividades más elevadas y exigentes de la Escuela y que trato de transcribir, aunque tal vez no en sus citas literales, sí en su contenido—, como testimonio de la luz que aporta construir la vida desde el mensaje de la Iniciación.
Ramsés Narciso Cabrera Olivares